sábado, noviembre 12, 2016

Fuego #10: Días Perdidos.

Días Perdidos (3 de 4)
Historia: Zirijo.

I


-Es perfecto – concluía un alto empresario del rubro de la energía al terminar de oír una exposición sobre un proyecto hidroeléctrico pensado en el medio del desierto de Eria– el río está justamente en un estrecho… podemos usarlo para la represa.
-Y es ideal, ya que debemos potenciar la entrada de energía al sistema interconectado. En Speedway City, la demanda de energía se ha triplicado en estos años, y ya no estamos dando abasto – agregó un asociado.
-Pero, según el estudio de impacto ambiental que desarrollamos, en esa área hay una comunidad de indígenas… inundaremos sus tierras de cultivo… - contrarió otro miembro de la mesa.
-Ofrezcan lo que sea necesario… constrúyanles una escuela, denle computadores… quiero esas tierras para la hidroeléctrica.
-Señor, ellos son los han causado problemas a las autoridades antes… no dejan que se les acerquen… los caminos están cortados y hay muy poca información sobre ellos.
-Entonces prosigan con el proyecto… el ministro del interior me debe un par de favores… y no le conviene quedar mal conmigo. El Proyecto va si o si...
-Sí señor… - respondieron la mayoría, entre risas y alegría.
Antes de abandonar la sala, victorioso, el dueño de la empresa se detuvo en la puerta, con una pregunta en su mente.
-¿Cómo se llaman esos indios que hay que desalojar? – preguntó en voz alta, al encargado principal del proyecto.
-Se les conocen como el “Pueblo de los Escorpiones, señor.
-Muy bien… vamos a sacarlos de ahí, cueste lo que cueste.


II


-¿Qué es el fuego? – preguntó el Maestro Escorpión a Justin, cuando este entraba al perímetro del nuevo templo, marcados con grande y gruesas rocas talladas en fuego.
El tamaño de la estructura doblaba a su predecesora en tamaño, y la quintuplicaba en firmeza. Habían pasado ya varios días desde el comienzo de la construcción, y todo el pueblo ayudaba a los miembros de la orden a transportar los bloques, que Justin cortaba con sus poderosas llamas. El tatuaje seguía doliendo, pero cada vez que se encendía en llamas, el joven Hombre de Fuego, ponía en práctica los ejercicios que Escorpión le había enseñado. Controlaba su respiración, sus pensamientos.
-El fuego es ímpetu – respondió Justin.
Había estado siendo acosado con esa pregunta todo el tiempo por Escorpión. Al inicio de cada entrenamiento Escorpión se la formulaba, y si Justin no tenía una respuesta, era obligado a realizar las tareas de todos los otros miembros de la orden y era enviado a la ribera del río grande, para buscar agua.
Escorpión sonrió. Por fin una respuesta que lo satisfacía… pero no completamente.
-¿Qué más es el Fuego? – preguntó Escorpión, quieto en su trono piramidal.
Justin se alegró, porque no fue enviado inmediatamente a realizar las tareas de siempre, pero se contuvo, para no mostrar emoción frente a Escorpión.
-El Fuego es potencial, es energía, emoción – siguió Justin, iluminado por una idea que lo mantuvo despierto toda la noche anterior.
Cuando incendió accidentalmente el templo, Escorpión lo había culpado, por confundir la ira con el Fuego… entonces, pensó sobre la idea, pensó sobre esa intensidad que le daba la ira a su fuego, a su fuerza. Pero la ira es solo alimento para la intensidad, para su espíritu. Dejó el fuego desnudo en su pensamiento, y llegó a esta conclusión justo con la salida del sol.
Escorpión estaba sorprendido. Solo los grandes filósofos de la tribu habían alcanzado aquél grado de comprensión de los elementos, en este caso el Fuego, para poder poner palabras en un impulso tan grande y poderoso como para mover máquinas pesadas y complejas, como nuestro propio ser.
-El fuego… – continuó Justin – El Fuego es vida más allá de la vida…
-Espera – dijo el Maestro Escorpión al escuchar la última frase – ven, dame tu mano.
Justin se acercó, pero Escorpión no le permitió subir a la pirámide sin cima que lo albergaba. Escorpión bajó, y tomó su mano.
-Enciéndela.
Justin creó una flama brillante y pura. No había usado su fuego desde el día anterior, y solo lo usaba para cortar las rocas que conformaban ahora el templo.
-¿Puedes ver vida ahí? – preguntó Escorpión a Justin, luego de obligarlo a ver la flama por varios minutos.
-No… pero…
-No. Sin “peros”… el fuego no es vida niño fuego – corrigió su maestro – El Fuego es un instrumento para la vida… pero no es vida. Permite plantar, donde ya había plantaciones muertas, pero el fuego no es vida. El fuego es un motor, es abrazador, imparable, es dinamismo, es Chispa, esencia, pero no vida. Es potencial creador y destructor. El Fuego es el más brillante de los miedo del ser humano – sentenció Escorpión, soltando la mano de Justin, un tanto decepcionado por tener que hablar más que su propio discípulo.
-¿Miedo? – cuando nosotros ayudábamos a las personas de Northscream, ellos nos saludaban, nos amaban… jamás sintieron miedo por nosotros.
-Claro… porque ustedes mostraban un fuego de niños… controlado, inofensivo… pero intenta sentir el miedo de un hombre a punto de ser rostizado, atrapado en su propia casa envuelta en llamas. El fuego en descontrol es el peor miedo… dicen bien que al quitarle el fuego a los dioses, los hombre se transformaron en dueños de su propio destino, porque antes de eso, el fuego era solo dolor, miedo y destrucción ante los ojos de los primeros hombres.
-Siempre hablas del fuego descontrolado… del control…  - replicó Justin.
-Por supuesto… el manejo, el uso… encender una cerilla ya es controlar el Fuego… El fuego sin control es una fuerza desatada. Hay que controla el Fuego para poder usarlo a nuestro favor y conveniencia… sino…
-Maestro – interrumpió un miembro de la Orden de los Escorpiones – los vigías han visto intrusos en el área del Rio Grande… creo que son fuerzas policiales.
-No… nadie entra a la tierra de los Escorpiones… menos los usurpadores ajenos – respondió el maestro – llama a los estudiantes y a los aldeanos… Justin, es momento de usar lo que has aprendido.


III


Cuando llegaron los aldeanos del Pueblo de los Escorpiones junto con Justin Smith, a las laderas del cerro que colinda con el Río Grande, los vieron. Eran tropas de fuerzas especiales, que rodeaban el río, para poder pasar hacia el otro lado. Miraban hacia todos lados, pendientes de la presencia de los aborígenes de la zona.
Estaba claro que el Pueblo de los Escorpiones había repelido todo intento por que el Estado de Eria ingresara a su comunidad, con sus políticas, y sus representantes, y por esto mismo, los indígenas no permitirían que usurparan sus tierras, ni que corrompieran a sus hijos, lejos de las enseñanzas ancestrales.
-Los rodearemos, y los atacaremos por donde mismo llegaron. No tendrán más opción que separarse y regresar hacia sus inmundas ciudades – indicó el Maestro Escorpión – avancen… ¡Por El Aguijón!
-¡Por El Aguijón! – respondieron.
-¿Quién ese ese tal Aguijón? – preguntó Justin a su maestro, que avanzaba furtivo, a pesar de su gran volumen.
-El Aguijón es otro nombre para Itprom, nuestro protector. Desde que nuestros abuelos conocieron por primera vez a los fuereños, estos los atacaron y se aprovecharon de ellos, por eso no los queremos. Pero “El Aguijón” nos protege, con sus enseñanzas y su código de guerra, hemos sobrevivido… y lo seguiremos haciendo.
Cuando los aldeanos del Pueblo de los Escorpiones estuvieron a la espalda de las fuerzas policiales, ellos se alzaron.
El maestro Escorpión estaba en frente de la avanzada, mientras que Justin, y el resto de los aldeanos, lo seguía. Se trataba de un pequeño contingente de fuerzas especiales ubicadas a un costado del río. No eran más de veinte efectivos, dispuestos uno al lado del otro, junto con un vehículo de detención, y una camioneta. En el momento en que los aldeanos se hicieron presentes, la camioneta partió rio abajo, dejando a los efectivos solos.
Escorpión, como loco, atacó directamente a los policías, que disparaban balines de acero, ilegales, para atacar a civiles.
-¡No entrarán a la fortaleza del Aguijón, las montañas nos resguardan invasores! – vociferaba Escorpión, mientras golpeaba los escudos de los policías, reduciéndolos a basura, por sus pesados y fuertes puños de concreto.
Algunos aldeanos resultaron heridos, por los balines, pero la mayoría de los ataques iban dirigidos a Escorpión, que los asustaba con sus feroces golpes. Justin no tuvo mucho que hacer, más que entrar al vehículo de detención, y verificar que no había nadie más adentro.
¿Cómo es posible que los hayan dejado solos?” Se preguntaba Justin, viendo el violento ataque que Escorpión les propinaba, dejando indefensos, uno por uno a los “invasores”.
“¿Un señuelo?” se preguntó luego, cuando decidió detener a su maestro. Con sus manos en llamas, Justin detuvo Escorpión de propinar un golpe más, a un desmayado policía. Todos estaban inhabilitados, con los brazos rotos, o inconscientes, por el shock nervioso que representó recibir los poderosos golpes de la mole de concreto.
-Es una trampa – dijo Justin, cuando Escorpión estuvo un poco más calmado.
-Imposible… nosotros inventamos La Guerra, sabríamos si una táctica así se estuviera gestando – respondió confiado.
-Debimos verlo cuando aquella camioneta huía… al parecer tu orgullo, y tu devoción a ese Escorpión te han jugado una mala pasada.
-El Escorpión es sagrado… no me obligues a someterte a su código – amenazó Escorpión – un hermano de guerra debe tener siempre el orgullo del Aguijón en su corazón, sino la batalla está perdida desde un principio.
-¿Cegarte a un posible engaño? Tu dios… ok, nada… - se interrumpió Justin, no era conveniente para él, perder la confianza de Escorpión -  fueron más inteligentes que nosotros – dijo luego - ¿Qué haremos con ellos?
-Son nuestros prisioneros – dictó Escorpión.
-No podemos retenerlos… son policías, estarías llamando a todas las fuerzas hacia tu aldea.
-Que vengan… nosotros tenemos al Aguijón en el corazón – respondió Escorpión.


IV


Era ya de noche, en el Pueblo de los Escorpiones, y Justin Smith estaba en el establo que era su hogar en aquél lugar perdido en la cordillera. Miraba las estrellas, perdido en sus propios pensamientos.
Pensaba en los prisioneros, en la trampa, en que en algún momento los vendrían a buscar. Pensaba en El Aguijón, en el entrenamiento y en eso que Escorpión había dicho cuando se enfrentó contra Radsil “Recogí a un hermano de guerra”.
Radsil seguía inconsciente, y con la quemadura en buen estado. Lo peor que podría pasar, es que se infectara.
La noche estaba calmada. Algunas luces de fogatas se veían en el pueblo, pero no lograban opacar el brillo de esas estrellas, que tenían hipnotizado a Justin.
“Cada una de ellas, es una bola gigantesca de fuego… miles de cientos de llamas flotando en la infinidad del espacio” No podía dejar de pensar en que el fuego como una imposición del miedo… no podía dejar de pensar en lo equivocado que estaba Escorpión.


V


Del Libro de las Ideas. Extracto de la Guerra por la Conciencia
Y estuvo entonces la Guerra desatada. El hedor del rey vagabundo se esparcía por cada rincón, hogar, y bosque, en que las espadas de ambos bandos se cruzaban. Las Hordas de Itprom se esparcían por todas partes, saqueando, violando, y quemándolo todo. El fuego era algo que Itmed le había dado como un instrumento, para reafirmar su poder, el terror sobre los corazones. Itprom pues recibió noticias de que el ejército de Itnoc estaba masacrando a las fuerzas de Itmend, en las cercanías del palacio del Rey vagabundo. Itprom acudió, pero ya era demasiado tarde. Itnoc, con la voz del destino en su boca mutilada, había arrasado con Itmed y sus aliados. Este abandonó a los suyos, cuando vio la batalla perdida, pero fue encontrado por Itprom en los bosques de las proximidades, escondido, entre los cadáveres de sus comandados. Itprom lo recogió y lo llevó con los suyos, tal como lo había estampado en su código”

Desde entonces todo aquél que vive bajo el código del Aguijón, adopta a los rezagados de batalla, los toma bajo su tutela, ya que es considerado como “Hermano de Guerra”.


Continuará...

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